martes, 24 de febrero de 2015

“Me queda poco tiempo, lo que más deseo es ver a mis bisnietos todos juntos”

Cecilia Pilar Fernández Viñas revivió ante el tribunal, las partes y el público cómo fue la desaparición de su hija y su yerno y cómo toda la familia esperaba a ese bebé.

“Yo vivía en Mar del Plata con mi mamá. (Mi hija) Cecilia y Hugo se casaron el 22 de octubre de 1976 y se fueron a vivir a Buenos Aires. En febrero o marzo del año siguiente nos enteramos del embarazo”.

“Ellos me escribieron una carta a ver si estábamos contentos con los nombres que le querían poner. Yo había pedido permiso en mi trabajo para ir a acompañarlos pero el 14 de julio de 1977 llamaron a mi casa, atendió mi mamá, que tenía 80 años, y nos avisaron que se los habían llevado”.

“De Hugo nunca supimos nada, y de ella supimos, a través del testimonio de la sobreviviente Sara Solarz de Osatinsky, que cinco días después de dar a luz se la llevaron sola”, dijo la abuela Cecilia Viñas, y recordó que a su hija le habían dado el 12 de septiembre como fecha probable de parto y que en la partida falsa Javier figuraba nacido el 7 de ese mes.

Luego pasó el tiempo y la incertidumbre se fue acumulando. A cargo de su madre enferma, la abuela Cecilia Viñas delegó en su esposo y en su hijo la búsqueda de su hija, su yerno y ese nieto que nunca había llegado a conocer y que crecía en un  hogar que no era el suyo.

Violentamente separado al nacer de su madre, en el infierno de la ESMA, ese bebé se fue convirtiendo en un niño preso de la mentira en la que lo sumieron Jorge Vildoza -uno de los jefes de aquel centro clandestino, todavía prófugo de la Justicia- y su mujer Ana María Grimaldos.

La abuela Viñas recordó las primeras denuncias que llegaron a Abuelas sobre el caso de su nieto y los llamados telefónicos de su hija desde su cautiverio. “Por favor, buscame a mi hijo”, me dijo, “porque a ella le habían dicho que se lo iban a entregar a la familia”. Esta llamada la recibió “11 días después de que asumió Alfonsín”. “Días más tarde volvió a llamar y la grabamos”. En esta ocasión les dijo que juntaran plata y que la lleven a Mar del Plata. Pasaron un par de días y llamó de nuevo. “Ya tengo el dinero”, dijo la abuela Viñas. “Ya no importa, lo puso el padre de otra compañera”, le respondió su hija, “vos buscame a mi hijo mamá”. El tiempo pasó, la abuela Viñas se mudó a Buenos Aires, se incorporó activamente Abuelas y desde allí siguió buscando a su nieto y a otros nietos.

“‘¿Le tengo que escribir o le tengo que rezar?’, decía mi madre”, y la Abuela Viñas concluyó, dirigiéndose a los jueces y al público: “Esto es muy duro para todos. Yo a Javier nunca tuve ganas de cuestionarle nada. Me encantaría que me hable, que me escriba, y me queda poco tiempo, así que lo que más deseo es ver a sus dos hijos, que son mis bisnietos, junto con mis otros dos bisnietos, todos juntos”.

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