“Me queda poco tiempo, lo que más deseo es ver a mis bisnietos todos juntos”
Cecilia Pilar Fernández Viñas revivió ante el
tribunal, las partes y el público cómo fue la desaparición de su hija y su
yerno y cómo toda la familia esperaba a ese bebé.
“Yo vivía en Mar del Plata con mi mamá. (Mi hija)
Cecilia y Hugo se casaron el 22 de octubre de 1976 y se fueron a vivir a Buenos
Aires. En febrero o marzo del año siguiente nos enteramos del embarazo”.
“Ellos me escribieron una carta a ver si estábamos
contentos con los nombres que le querían poner. Yo había pedido permiso en mi
trabajo para ir a acompañarlos pero el 14 de julio de 1977 llamaron a mi casa,
atendió mi mamá, que tenía 80 años, y nos avisaron que se los habían llevado”.
“De Hugo nunca supimos nada, y de ella supimos, a
través del testimonio de la sobreviviente Sara Solarz de Osatinsky, que cinco
días después de dar a luz se la llevaron sola”, dijo la abuela Cecilia Viñas, y
recordó que a su hija le habían dado el 12 de septiembre como fecha probable de
parto y que en la partida falsa Javier figuraba nacido el 7 de ese mes.
Luego pasó el tiempo y la incertidumbre se fue
acumulando. A cargo de su madre enferma, la abuela Cecilia Viñas delegó en su
esposo y en su hijo la búsqueda de su hija, su yerno y ese nieto que nunca
había llegado a conocer y que crecía en un
hogar que no era el suyo.
Violentamente separado al nacer de su madre, en el
infierno de la ESMA,
ese bebé se fue convirtiendo en un niño preso de la mentira en la que lo
sumieron Jorge Vildoza -uno de los jefes de aquel centro clandestino, todavía
prófugo de la Justicia-
y su mujer Ana María Grimaldos.
La abuela Viñas recordó las primeras denuncias que
llegaron a Abuelas sobre el caso de su nieto y los llamados telefónicos de su
hija desde su cautiverio. “Por favor, buscame a mi hijo”, me dijo, “porque a ella le habían dicho
que se lo iban a entregar a la familia”. Esta llamada la recibió “11 días
después de que asumió Alfonsín”. “Días más tarde volvió a llamar y la
grabamos”. En esta ocasión les dijo que juntaran plata y que la lleven a Mar
del Plata. Pasaron un par de días y llamó de nuevo. “Ya tengo el dinero”, dijo
la abuela Viñas. “Ya no importa, lo puso el padre de otra compañera”, le
respondió su hija, “vos buscame a mi hijo mamá”. El tiempo pasó, la abuela
Viñas se mudó a Buenos Aires, se incorporó activamente Abuelas y desde allí
siguió buscando a su nieto y a otros nietos.
“‘¿Le tengo que escribir o le tengo que rezar?’, decía
mi madre”, y la Abuela
Viñas concluyó, dirigiéndose a los jueces y al público: “Esto
es muy duro para todos. Yo a Javier nunca tuve ganas de cuestionarle nada. Me
encantaría que me hable, que me escriba, y me queda poco tiempo, así que lo que
más deseo es ver a sus dos hijos, que son mis bisnietos, junto con mis otros
dos bisnietos, todos juntos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario